13 noviembre 2008

Sobre el trabajo parlamentario


Reventaría si no dijera hoy y en esta columna que esa recua de parlamentarios andaluces, senadores y diputados nacionales de las distintas formaciones políticas están ahí y yo los quiero para mucho más que para registrar por escrito iniciativas en las respectivas cámaras legislativas y defenderlas luego de viva voz en las sesiones plenarias celebradas o por celebrar. Más aún en este país y en esta comunidad autónoma, donde constitucional y estatutariamente —además de por la eficaz vía de los hechos— se han implementado sistemas políticos con un presidencialismo muy acusado ya de raíz, lo que implica el carácter segundón y gregario de los parlamentos, en los que resulta evidente (aunque no lo quieran ver poetas, idealistas o emos) que en la práctica no se decide nada, sino que simplemente se bendice o demoniza a conveniencia lo que determina el gobierno de turno bien en solitario, bien pactando con mercachifles porque no le quede otro remedio. Sin embargo, cada equis tiempo solemos recontar las intervenciones de nuestros ilustres parlamentarios con pretensiones empíricas, como si ahí se pudiera medir la capacidad de trabajo y/o la implicación con esta tierra de los representantes públicos más cualificados. En esa cuenta de la vieja no se computan, por ejemplo, las sucesivas reuniones que puedan estar celebrándose por las mañanas en algún despacho del ministerio o de la consejería de turno con la idea de intentar desbloquear tal proyecto presumiblemente clave para al desarrollo económico y social de la provincia, reuniones en las que —curiosidades de la vida— a menudo son los diputados en apariencia más grises los que llevan la voz cantante. Ni tampoco se valora el tiempo y el esfuerzo que puedan estar realizando algunas de sus señorías (no todas; lo subrayaría con fluorescente) para mantener el contacto con la sociedad civil onubense y sus problemas más diarios y reales. Cabría preguntarse incluso si no es hasta contraproducente meter ciertas cabeza y/o ciertos traseros en el formol de las cámaras legislativas (existe el mal del escaño, que convierte en orate al orador). Entiendo que esto podrá sonar a rayos o resultar ininteligible a todo trabajador por cuenta ajena que tenga que fichar cada mañana a las ocho en punto, pero la realidad del trabajo parlamentario no se puede limitar a lo que se dice y se oye en las sesiones plenarias del Congreso, el Senado o el antiguo Hospital de las Cinco Llagas. Podrá dar grima ver vacíos los hemiciclos mientras se debate qué demonios hacer con la economía, pero en el fondo más pena debiera producirnos el desapego de algunas figuras parlamentarias por esta tierra que las lanzó al boato político; desapego que va mucho más allá de las proposiciones no de ley y las preguntas orales que algunos se limitan a firmar para sacar pecho luego. ¿Miento acaso?



Publicado en EL MUNDO Huelva Noticias el 13 de noviembre de 2008

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1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Yo pensaba que el trabajo de los parlamentarios consistía en tomar cafelitos en la cafetería del Parlamento y en cobrar, cobrar y cobrar. Ahí tienes por ejemplo a Valderas, es rico y dice que es comunista.

15 noviembre, 2008 08:39  

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