28 febrero 2007

Backstage

Lo que la gente nunca supo era que, detrás de cada cámara de seguridad instalada en el centro de Huelva para acabar de un plumazo con los carteristas y los alunizajes, había un policía llamado Andrés que se pasaba las horas muertas frente a una docena de televisores, limitándose a constatar en sobrios informes mecanografiados que tampoco ese día había ocurrido nada reseñable entre tal y cual hora en el tedioso discurrir del tropel ciudadano. «Y todavía hay más de un capullo que me quiere quitar el puesto», solía comentar a sus colegas cada vez que se iba a su casa a comer y reponer fuerzas para resistir otras cuantas horas frente a la peor telebasura. Se sentía tan ridículo, tan inútil, que no había dicho ni media palabra a su familia de cuál era su nuevo destino. Al contrario: presumía de haber tenido que empuñar la pistola en cada redada que llegara a sus oídos, cuando en realidad el único entretenimiento que le quedaba al agente Andrés consistía en tratar de distinguir entre la marabunta a algún conocido del barrio metiéndose por la calle Rábida y regresando al cuarto de hora del mercado del Carmen con una inquietante bolsa de líquidos; o a su hija Susana en la calle Concepción, paseando el pavo de tienda en tienda con las amigas y el chupa-chups; o a aquel viejo compañero de seminario del que prácticamente sólo recuerda que le juró «por Dios y por la Virgen» que sería su mejor amigo, pero que apostaría 20 euros a que es el mismo que entra cada tres o cuatro días a eso de las 11 de la mañana en el Dioni, quién sabe si para pedir café y media tostada y dejar de pensar en suicidarse. «¡Coño con las camaritas chinas estas! Tenéis que venir un día a la cueva. ¡Es que se ve todo nítido-nítido!», solía reiterar Andrés aquellos días en los que acababa de cazar a algún conocido y no le apetecía quejarse más de tener que certificar la ausencia de incidentes significativos delante de 12 pantallas mudas... Supo que era su mujer desde el mismo momento en que reparó en aquel puntito que se adivinaba al fondo del todo en la pantalla dos, a la altura del antiguo cine Emperador. Primero fue la figura; después distinguió su vestido más escotado; luego el colorete, nítido-nítido, y los labios pintados de exceso para una mañana de martes. A él no recordaba haberlo había visto nunca, ni por la calle ni desde aquel sombrío cuchitril, pero cuando se puso a su lado y le pasó apenas un segundo el brazo por encima del hombro, y ella se deshizo incómoda del apretón pero siguió caminando risueña a su vera, Andrés se volvió a la vieja Olivetti y expuso, brevemente, el primer hecho destacable tras ocho meses de obligado vouyerismo policial: «Que sienten aquí al siguiente capullo».
Publicado en EL MUNDO Huelva Noticias el 28 de febrero de 2007

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3 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

Esta variación de registro me agrada enormemente. Un saludo. Mis felicitaciones.

01 marzo, 2007 01:39  
Anonymous Anónimo ha dicho...

Lo mismo digo.

01 marzo, 2007 10:42  
Blogger Manuel María Becerro ha dicho...

Pues nada, gracias a los dos. Yo pensaba sinceramente que este cuento no le iba a interesar a nadie. La gente que compra periódicos busca actualidad política y no le suelen interesar historias morales. Saludos.

01 marzo, 2007 13:42  

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