02 septiembre 2009

Introspección (II): indelegable


Más de un año me tocó ser delegado de curso, y quiero recordar que asumí disciplinadamente todas las tareas propias del cargo, incluidas las menos amables. Una de ellas era la de salir a la pizarra cuando el maestro debía ausentarse del aula en medio de una clase y mantener a raya a los compañeros, para que aquello no se convirtiera en una especie de gallinero o, mejor dicho, de granja de pollos.
Se me ha quedado grabado a fuego un mal día en el que don Juan Feria tuvo que salir al pasillo vete tú a saber por qué razón y yo, consiguientemente, me fui directo a la pizarra a apuntar los nombres de los parlanchines y una crucecita —nada cristiana— a pie de nota cada vez que abrían el pico. Pues bien: resulta que José Ángel Muñoz López, alias 'el Piru' (alguna vez que nos hemos cruzado me ha dicho que soy el único que lo sigo llamando a día de hoy con ese viejo mote del colegio), tenía bastantes ganas de darle conversación a la clase aquella tarde. Y como uno siempre quiso ser muy cumplido, cada vez que mi compañerito rompía el hielo yo no me amilanaba y le endosaba la correspondiente cruz debajo del ‘José Ángel’ que le tuve que plantar apenas irse nuestro tutor.
El problema fue que no sé qué demonios estaría haciendo don Juan que transcurrían los minutos y no regresaba. Y el Piru dale que te dale, pasando olímpicamente de mí y de la pizarra acusadora, creo recordar que haciéndome hasta burlas, y yo por dentro pensando: «Tú ríete, y el resto de tus amiguitos también. Pero cuando el maestro vuelva y vea la que has liado, a ver qué le explicas…».
Todavía tardó un rato don Juan en volver a entrar por la puerta. Cuando le vi llegar, respiré de puro alivio, porque estaba viendo mi autoridad pisoteada para los restos. Yo ya me temía que, si pasaba otro par de minutos, se me amotinara la clase y terminara yo esquivando los tizazos.
No recuerdo si tuve tiempo de coger asiento para presenciar la bronca merecida al pequeño de los hermanos Muñoz (Javier es de la quinta de mi hermana Mamen, a quien por cierto siempre la oí hablar muy bien de él). Pero si realmente conseguí llegar a mi pupitre y sentarme, lo que está claro es que me tuve que levantar como un resorte, porque mi gozo justiciero fue a parar —paradójicamente— al pozo de la justicia.
Mira don Juan a la pizarra, ve los tres o cuatro nombres apuntados y observa con pasmo auténtico cómo me había cebado quisquillosamente con el ‘José Ángel’ de la izquierda (si no le planté 20 cruces debajo fue porque le puse media docena más). Y es que le salió del alma al hombre: «¡Coño, Manolo, que parece que has pintao un cementerio!».
No veas la risotada del personal mientras yo, de un rojo carmín, borraba a toda prisa las pruebas de aquel frustrado auto de fe. A partir de ese día, yo creo que ya tiré por la calle de en medio y empecé a recurrir a la salvajada mafiosa de «el que hable a la de tres catea. ¡Una, dos y tres!». Y a tomar por culo: al que abría el pico, le dábamos una manta de sopapos que para qué. El bullying institucionalizado, o sea, que tiene narices la cosa. Como a los más macarritas de la clase les gustaba soltar más que hablar (el palo antes que el palique), los convertías en silentes aliados tuyos, y lo cierto y verdad es que a veces regresaba el maestro sin que nadie sufriera pena corporal alguna, o sea, sin que nadie se hubiera atrevido a rechistar.
Cambié el gato blanco por el gato negro sin mucha conciencia ni remordimiento, lo admito. El problema volvía a surgir siempre que el docente se llevaba más de cinco minutos fuera, pero yo era el que dejaba abierta la compuerta de la violencia física. Por eso creo que puedo concluir (con una sonrisa de franca melancolía; que nadie lea aquí resentimiento alguno, por Dios santo) que aquel día me dejó vendido don Juan como delegado mucho antes de mandarme a borrar el camposanto del Piru.

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4 comentarios:

Blogger Carmen ha dicho...

¡Qué bueno, me ha gustado que compartieras este recuerdo! Y creo que el maestro estuvo, como se suele decir, sembrao con el comentario.

Un beso, Manolo, yo sí que soy completamente apolítica y me gusta más hacerte comentarios cuando los temas toman otro derrotero.

02 septiembre, 2009 21:03  
Blogger Zapateiro ha dicho...

Jajajajajaja, es que hay historias del colegio y del instituto para no acabar nunca.

Un beso.

03 septiembre, 2009 13:52  
Anonymous jose angel muñoz ha dicho...

Q bueno Manolo¡¡¡¡¡¡¡¡¡leyendo a catum he sabido que escribias cosas del coloegio y digo seguro que tengo que tengo que aparecer yo por ahi,recordando alguna anecdotas recuerdas que yo tenia unos comics en mi casa y para que yo te los dejara tenias que aguantar una pelea con los guantes de boxeo que yo tenia por alli,jajaja..la de ostias que te daba....haciendo memoria recuerdo tambien el triste dia en que nos dejo DON CASIANO,tambien recuerdo los dictados que hacias que eran siempre los mejores,etc...
No sabia que tenias blog a partir de ahora lo leere porke me gustan tus articulos,SALUDOS MANOLO

22 septiembre, 2009 13:53  
Blogger Manuel María Becerro ha dicho...

Qué mamona eres. Me acuerdo como si sólo hubiera pasado un año. Era un puto tebeo de Mortadelo y Filemón. Un sparring nunca olvida sus combates.
Seguiré escribiendo pamplinas de vez en cuando. Un saludo.

22 septiembre, 2009 14:15  

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