El principio del fin

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El Matacán de ayer de Javier Caraballo en El Mundo de Andalucía, haciendo forofismo contra el reciclaje de basuras tal y como actualmente se entiende, me seduce bastante. Cita a un amigo suyo para advertir que en realidad el ciudadano no recicla, sino que simplemente se dedica a colaborar con diligencia ejemplar a que una empresa privada gane dinero reciclando, por lo que uno se puede poner a discutir sobre quién debería beneficiarse económica y particularmente de la división de residuos en bolsas diversas.
Yo iría sin embargo al momento crucial del supuesto aprovechamiento del detritus. Partimos de la máxima de que, al menos, otros sí que reciclan por nosotros, entre otras razones de peso psicológico porque estamos abonando tasas para ello. Sin embargo, conforme uno va acercando la oreja al entorno de las plantas de tratamiento, se horroriza escuchando testimonios directos sobre la indiferencia con la que realmente son gestionadas las cientos de toneladas de basuras que se generan a diario en cualquier gran ciudad.
¿Evidencias? Hubo un célebre reportaje de Caiga quien caiga en Murcia que no dejaba muchas dudas al respecto, pero siempre puede saltar al tapete el comodín ideológico de que «claro, es que allá gobiernan los corruptos del PP». ¿Hay elementos objetivos para poder acusar a los que suponemos que reciclan por nosotros de estar en realidad enterrando directamente los restos de todo tipo sin el menor de los miramientos? Se me ocurre una demostración medio empírica y medio improvisada, que seguramente además se le pueda haber quedado a todo el mundo en la retina o el lacrimal.
Cuando Miguel Carcaño cambió su confesión para advertir que él y sus amigos no arrojaron el cadáver de Marta del Castillo al Guadalquivir a su paso por Camas, aseguró que lanzaron el cuerpo a un contenedor de basura situado en una esquina de León XIII, en Sevilla capital. La primera reacción oficial fue negar la mayor: Lipasam y los responsables de la Mancomunidad de Los Alcores para la Gestión de los Residuos Sólidos Urbanos descartaron tal hipótesis porque, en tal caso, los restos de Marta necesariamente tendrían que haber sido detectados por operarios en las líneas donde, manualmente, se completa la selección de basura para reciclar. El juez, sin embargo, haría sus pesquisas y no le debió de oler muy bien aquella excusa de manual corporativo, porque ordenó que la policía se llevara más de un mes escarbando y removiendo infructuosamente la porquería. Por algo será, ¿verdad? (no creo que haga falta que recuerde que, además, hablamos del mismo juez que tantísimas reservas puso en un primer momento a abrir una zanja junto a la casa de la novia del asesino confeso de Marta).
No hay que ser un lince para encontrar un porqué. En Huelva también habrá quienes no necesiten pinchar en el enlace para recordar que, antes de que apareciera su cuerpo flotando frente a la refinería de Cepsa, a Mari Luz Cortés la estuvieron buscando no ya en la planta de transferencia de Marismas de Mendaña, sino directamente en el subsuelo del vertedero de Villarrasa.
En definitiva, que las páginas de sucesos de los periódicos dejan a menudo en evidencia toda la cultura mítica del reciclaje, que no es casual que tenga como apóstoles a la clase política nacional, que acaba pringada cual cerdo en su charca.
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