En
Huelva Información y todas las cabeceras del Grupo Joly, escribe
Pepe Aguilar (informado hasta de la última película que vieron juntos
Griñán,
Chaves y la eternamente influyente
Amparo Rubiales) que durante la próxima primavera el aún flamante presidente de la Junta recortará el Ejecutivo andaluz para hacer desaparecer varias consejerías, lo que obligará a recolocar a algunos miembros del exclusivo Consejo de Gobierno.
Imagino que le resultará bastante intranquilizador a nuestra máxima representante autonómica,
Cinta Castillo, el hecho de verse
excluida del recuento de los que tienen más que justificado su sueldo y, por tanto, su continuidad. Lo mismo ocurre con sus compañeras
Rosa Torres, la cultural, o
Clara Aguilera, la agraria, que también estuvieron hace unos meses jugando al juego de la silla, cuando perdieron su asiento
Francisco Vallejo,
Evangelina Naranjo y
Teresa Jiménez. Si las obviadas se congratulan de que Aguilar también
olvide a la ex alcaldesa de Córdoba
Rosa Aguilar (vale la redundancia), será por ganas de negar que están dispuestas a aguantar de pie junto la tapia hasta que suene el tiro propio.
Dos cosas digo yo: la primera, que ojalá Griñán ya hubiera hecho los recortes previstos (no hace falta recordar que lo nombraron con los niveles de polen muy altos); unos recortes que, por otro lado, habrá que comprobar en qué se quedan final y exactamente. La segunda, que a ver si a Cinta no nos la pintan en breve como la candidata ideal para optar a la Alcaldía de Huelva a partir del próximo verano (seguro que hoy es más conocida por el vecino de la capital que hace cuatro años). Sería el modo de seguir atizando duro a
Pedro Rodríguez por abuelo, algo que, si viniera de la presidenta de la Diputación,
Petronila Guerrero, sonaría a chiste.
En cualquier caso, a nadie escapará que la Castillo sería una candidata a palos. Porque ella sueña despierta con estrenar la reforma del Palacio de San Telmo. Porque ningún político quiere pasar a la historia de la autonomía andaluza con un marchamo de provisionalidad reforzado por la azarosa circunstancia de no haber llegado a poner el pie en otra sede que la circunstancial de la Casa Rosa.